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En medio del hambre en #Venezuela la gente lo vende todo

sábado, 9 de julio de 2016


MARACAIBO, VENEZUELA
Marisol Arcano solía asistir a los mítines de respaldo a Hugo Chávez, con la esperanza de que el régimen izquierdista significaría un futuro mejor. Pero ahora, con la economía venezolana al borde del abismo, esta madre soltera de 60 años y su hija de 14 no pueden desayunar porque no tienen dinero para comer tres veces al día.

Así que tomaron una decisión. Venderían todas sus pertenencias para poder sobrevivir, parte de una “fiebre de vender cosas” que ha comenzado a imponerse en el país, afectado por disturbios y una escasez de alimentos, mientras comienza a tomar impulso un revocatorio al gobernante Nicolás Maduro.

“Nuestra situación es horrible”, dijo Arcano, de pie junto a una tienda de campaña roja frente a su casa en un suburbio de Maracaibo, en el oeste de Venezuela. La mujer recibe del gobierno una pensión de 15,000 bolívares mensuales, aproximadamente $15 en el mercado negro, pero eso no le alcanza para cubrir siquiera lo básico. “¿Quién puede vivir con ese dinero? Ayer gané 30,000 bolívares vendiendo mis blusas y pantalones”.

Arcano es una de una cantidad cada vez mayor de venezolanos de clase media y baja que se han tragado su orgullo y han comenzado a vender sus pertenencias. Lo hacen por dos razones: para sobrevivir en un país abrumado por la inflación, o para ahorrar suficiente dinero para marcharse a otra parte.

“Esa aceleración de la inflación ha dejado a muchas familias sin oportunidad de satisfacer sus necesidades básicas. El precio de los alimentos aumentó 315 por ciento en el 2015”, explicó Gustavo Machado, profesor de Economía en la Universidad del Zulia, en Maracaibo.

En momentos que se agotan los ingresos por concepto del petróleo, el país no tiene suficiente efectivo para importar alimentos y bienes básicos. Los precios y el control de las divisas impulsan, a su vez, el acaparamiento y la inflación, que el Fondo Monetario Internacional pronostica que llegue a 500 por ciento este año.

Eso precisamente es lo que ha llevado a Arcano y a su hija, junto con otros dos familiares, a colocar de lunes a viernes tres toldos frente a su modesta casa para vender ropa y zapatos usados, objetos viejos, maquillaje, muebles, aparatos electrónicos y joyas. También están vendiendo una casa de madera para perros. Algunas veces invierten parte de lo que ganan en comprar más ropa y revenderla, para mantener abierto el negocio.

También mantienen los precios bajos para atraer a nuevos clientes. Una camiseta vieja puede venderse en el equivalente a un dólar, mientras que los centros comerciales cobrarían cinco veces esa cifra por una nueva. Los pagos por lo general son en efectivo, o transferencia electrónica en el caso de artículos de mayor precio.

Ganar dinero revendiendo cosas significa que puede evitar lo que entre los venezolanos se ha dado en llamar “la dieta del presidente Nicolás Maduro”.

“En mi tienda callejera he atendido a gente de clase alta e incluso a políticos”, dijo. “La necesidad tiene cara de perro, como decimos aquí, cuando una situación no tiene salida”.

Una vieja tradición

Este tipo de venta de artículos no es nuevo en Venezuela, especialmente en regiones petroleras como Maracaibo, donde miles de empleados de compañías petroleras estadounidenses han vivido durante muchos años, dijo Julio Portillo, miembro de la Academia de la Historia de Zulia.

Pero ahora es diferente. “La gente está vendiendo las cosas de sus ancestros, y las propias. Para ellos es muy duro” dijo Portillo.

Las personas que se dedican a esta actividad se anuncian por mensajes de texto entre amigos y familiares. También avisan en Instagram y Twitter. Algunos sencillamente estacionan sus carros en las calles principales y exhiben la mercancía.

Francisco García ha probado todas esas opciones. Este universitario de 43 años no tiene empleo. Su plan es irse a vivir a Medellín, Colombia, en busca de un futuro mejor como chef profesional una vez que venda todas sus pertenencias. Dice que necesita unos 200,000 bolívares para pagar los documentos migratorios para vivir en el vecino país.

García comenzó a vender sus pertenencias en abril pasado en el mercado La Corotera, un almacén en la Avenida La Limpia donde cualquier puede alquilar los 160 quioscos el fin de semana. Este mercado funciona desde el año pasado y abre a las 5 de la mañana. Todos los puestos están reservados para el sábado siguiente, dijo el gerente del mercado, Gustavo Rincón.

García depende ahora de estas ventas, donde incluso en un fin de semana malo puede vender el equivalente de $40. Ha sido una fuente de ingresos crítica para alimentar a su familia en los últimos años, que muchas veces han tenido que limitarse a una sopa de vegetales.

Pero para ello ha tenido que renunciar a recuerdos muy queridos. En medio de las revistas, tazas, gorras deportivas y pinturas que vende, se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda que vendió su traje de graduación por 2,000 bolívares, $2.

La nueva dieta de Venezuela

La violencia política, la inseguridad personal, el colapso económico, el abrumado sistema de salud pública y la escasez de alimentos, medicinas y empleos han llevado a que unos 2 millones de venezolanos emigren legalmente a 94 países desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999, según Iván De La Vega, un sociólogo que dirige el Laboratorio Internacional de Migraciones en la Universidad Simón Bolívar de Caracas.

En Estados Unidos, las peticiones de asilo de venezolanos han aumentado. En marzo, los venezolanos escalaron al segundo lugar entre las nacionalidades con más solicitudes de asilo, 1,345 durante ese mes, según el Servicio de Ciudadanía e Inmigración.

Entre el 2005 y el 2014, unos 100,324 se convirtieron en residentes legales de Estados Unidos, incluidos 8,427 sólo el último año, según el Departamento de Seguridad Interior.

Para los que se quedan, sobrevivir puede significar más que un empleo, incluso para los profesionales. Un abogado de 28 años, quien no quiso que lo identificaran por su nombre por temor a represalias, vende ropa nueva y de uso en tres quioscos de La Corotera los fines de semana, cuando no está en los tribunales o dictando clases.

Una mañana reciente, le compró a una anciana llorosa una maleta llena de ropa de uso.

“La señora estaba devastada porque sus nietos llevaban tres días comiendo solo mangos”, dijo.

Gina Martínez, otra emprendedora de clase media, ha estado vendiendo collares, brazaletes, cadenas, e incluso piezas para automóviles, desde diciembre pasado para poder sobrevivir.

Como dijo su esposo, Carlos: “En este momento nadie puede comer con un solo trabajo”.

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