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Desde Venezuela: “A veces siento que ya no aguanto”

domingo, 12 de marzo de 2017



Una pareja de burreros y sus siete hijos trabajan 10 horas diarias para comer una vez al día arroz con cueros de pollo. El grupo familiar está malnutrido. Cuando no hay basura que recoger pasan hasta un día entero sin comer nada. Todos ayudan al padre a empujar la carretilla porque desde diciembre no tienen burro.

La arena caliente se cuela por el hueco de sus cotizas, la piel curtida por las largas caminatas bajo el sol y la delgadez de su cuerpo se acentúan cuando puja para echar a andar la carreta en la que recoge basura junto a cinco de sus siete hijos y su marido. Enilda Navarro, de 41 años, lleva la tristeza en los ojos a causa del hambre que pasan sus niños. Para ella “esta pobreza es insoportable”.

La Verdad entró en la casa de la familia Vílchez Navarro, ubicada en el barrio Brisas de Morichal, al oeste de la ciudad, donde se come arroz de piquito con cuero de pollo frito una sola vez al día. La mayoría de las veces “pasan el día en blanco”. Mientras empuñaba en sus manos sucias y arrugadas dos mil 800 bolívares, que ya le aseguraba el arroz, Enilda contó que desde que se les murió el burro todo empeoró. La recolección de basura ha sido el sustento del grupo familiar desde hace ocho años. “Antes salíamos temprano con el burro y nos rendía mucho, podíamos hacer varios viajes y resolvíamos la comida más o menos, pero en diciembre se nos murió el animal porque le picó algo en la pata, ahora mi marido es el burro”.

Solo les quedó la carreta, que pesa 360 kilos, y Juan de Jesús Vílchez, de 46 años, su esposo, es el que la hala. La dinámica de la familia arranca muy temprano, con el estómago vacío la mujer y sus hijos más grandes empujan por detrás mientras el hombre de la casa se apoya con un pedazo de lona para rodar la estructura de hierro que se ayuda con dos cauchos viejos. Recorren la urbanización Ana María Campos, Siete de Enero, Los Caobos, La Arboleda, El Renacer, entre otros sectores desde las 7.00 de la mañana hasta que hagan al menos tres mil bolívares que les alcance para un kilo de arroz, sin embargo, no todos los días son “buenos”.

“Me levanto temprano, nos alistamos y nos vamos a trabajar. La gente nos paga por sacar la basura, nos dan lo que puedan 200, 300, depende de la cantidad de bolsas. Hacemos un viaje completo por tres mil bolívares, pero ya no es como antes: yo les hacia el desayuno a los muchachos y los dejaba aquí, mientras él y yo íbamos a trabajar. Ahora no, ahora tenemos que trabajar todos, porque mi esposo solo no puede”. La mujer confesó que aunque el servicio de aseo urbano es bueno en la zona, muchas veces los deja sin comida. “Cuando pasa el aseo nos las vemos negras, tenemos que bregar bastante y caminar por ahí hasta que se haga algo”.

Otra casa digna

Hace un poco más de cuatro años, la revolución bolivariana le ofreció a Enilda y su familia “una casa digna” e iniciaron el proceso de sustitución de rancho por casa. La Gran Misión Vivienda Venezuela levantó la estructura y le puso techo, hasta ahí la dejaron. La obra se paralizó. “Esta casa es de las de Chávez, pero la mía quedó así. Desde que las empezaron, hace más de cuatro años, no las han terminado”. El mal estado de su rancho y la situación económica obligó a la mujer a vivir en la estructura a medio terminar. “Tuve que vender las latas, me quedé sin rancho porque mis hijos tenían que comer, además mi ranchito se me inundaba y cuando soplaba casi se desarmaba, ellos no han entregado las casas todavía, aquí seguimos esperando, pero no creo que las terminen, por eso yo me metí así, con el puro techo”.

Pedazos de trapo le sirven de ventanas y una puerta vieja le asegura la entrada. No tienen cocina ni nevera, solo un televisor viejo y un sofá rasgado donde los niños entretienen el hambre. Las camas que sacaron de la basura lograron forrarlas con algún trozo de goma espuma que hace las veces de colchón. En una, duerme Génesis de Dios Vílchez Navarro (16) y sus hermanas Ruth de Jesús (11) y Génesis Daniela (9). En otra habitación, Juan de Dios (6) y Luis Carlos (4) comparten una cama más pequeña, mientras que la madre duerme con Generis Saray (6) y Génesis María de apenas un año. El viento de la noche les sirve de ventilación, porque el ventilador que tienen se recalienta y “huele a quemado en la madrugada”. Juan de Jesús duerme en un chinchorro a un costado del patio de la casa, “para cuidar que nadie se meta”. 

Mientras recorría el piso rústico de la casa, Enilda rompió en llanto, respiró profundo y dijo: nosotros hacemos lo que sea por los muchachos. Así sea fororo solo, comen, pero nunca se han acostado sin comer. Los hermanos no van al colegio hace un año, pero con el mismo orgullo su madre aseguró que ella misma les enseña. “Se los echo a cualquiera que use uniforme, todos saben leer y escriben, yo misma los enseño”. Aunque la desidia le carcome el alma, para Enilda nada es imposible. Dice que solo Dios puede sacarlos de tanta pobreza. “A veces siento que ya no aguanto, pero Él me devuelve las ganas”. 

YA LOS CONOCEN

La mayoría de los habitantes de las comunidades de La Rinconada ya los conocen, por eso aunque pase el camión recolector de desechos, muchos le guardan los desperdicios de arroz, cueros de pollo, huesitos o cuanto resto de comida les quede en casa para que ellos puedan llevarse algo a la boca. “Sálvame con algo”, ese es el grito de guerra de Enilda, con el que en los días más desoladores, consigue “las sobras que salvan la comida del día”. Con sus años de experiencia en esta labor como base, la mujer confesó: “La gente botaba más basura antes, regalaba más cosas, había más de todo, ahora es muy difícil. Ya no alcanza la plata. Hay gente que bota la basura con uno para ayudar, pero muchos esperan el aseo porque no hay cobres”. La desidia le causa impotencia. “Me da rabia, me da de todo,  pero tenemos que salir adelante por nuestros hijos”. 

Publicado en: La Verdad
 
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